Manifiesto de Copiso en favor de las movilizaciones agrarias en Europa

Considerando la avalancha de información y desinformación que está llegando a los ciudadanos desde los diferentes medios de comunicación, y del rédito político que los partidos quieren sacar de este tema, nos vemos en la obligación, como conocedores del sector, de intentar aportar algo de luz sobre las causas profundas del malestar latente que viene acumulándose en el sector primario europeo desde hace años, y que finalmente ha estallado con estas movilizaciones de agricultores y ganaderos en la mayoría de países de la Comunidad Europea.

En primer lugar, hay que aclarar que, en sus inicios, las movilizaciones en los diferentes sitios de España han sido totalmente espontáneas. Los agricultores y ganaderos se han organizado a través de WhatsApp o Telegram, entre las redes de grupos temáticos y locales que ya existían. El detonante han sido las movilizaciones en otros países como Holanda, Alemania o Francia, donde la problemática del sector es la misma que aquí y ha pillado por sorpresa a las OPAs y a los diferentes órganos de representación del sector que luego se han sumado al carro.

El origen de este malestar creciente en el sector primario hay que buscarlo en la desconexión extrema que se está produciendo entre el mundo rural y el urbano. La población urbana contempla el medio rural como un lugar de esparcimiento para disfrutar de él los fines de semana, en base a unos estereotipos respecto al entorno rural y a sus habitantes. Por el contrario, el sector agroganadero, que habita en el medio rural, ha evolucionado en los últimos años hacía unos niveles de eficiencia espectacular en la producción de alimentos, y toda esta eficiencia se ha ido trasladando al bolsillo de los consumidores, mayoritariamente urbanitas, que nunca han sido conscientes de lo poco que representaba económicamente el gasto en alimentos respecto a su renta total.

El 95% de los alimentos que se consumen en Europa proceden de la agricultura, ganadería y pesca intensivas. Unas actividades que están perfectamente reguladas en Europa, y que han alcanzado unos niveles de eficiencia y seguridad alimentaria sin parangón en ningún otro lugar del mundo. Además, durante muchos años se ha trabajado muy duro desde el sector para compatibilizar estas actividades con el bienestar animal y con minimizar la huella ambiental. A pesar de todo, desde diferentes grupos de presión muy bien financiados, se está intentando focalizar de una manera desproporcionada la responsabilidad del cambio climático sobre la actividad agroganadera europea, y están condicionando a los políticos a implementar leyes cada vez más restrictivas que dificulten e incluso hagan imposible muchas actividades del sector primario.

Toda esta dinámica está generando un incremento exagerado de la carga burocrática, que va acompañado de una macroestructura administrativa para controlar toda la documentación que se precisa. También, de un enorme incremento de los costes de producción dentro de las fronteras europeas, que nos impide competir a la hora de exportar nuestros productos a países terceros, y a la hora de comercializar nuestros productos en Europa, puesto que ante el encarecimiento progresivo de la producción dentro de nuestras fronteras, la industria agroalimentaria y la distribución está recurriendo a importar género de países terceros, donde la legislación al respecto es mucho más laxa, los impuestos mucho más bajos y la mano de obra mucho más barata.

Estamos asistiendo en tiempo real a una deslocalización de la producción primaria como la hubo hace años con la industria manufacturera, y todo ello con la excusa de la defensa del medio ambiente en Europa, sin tener en cuenta que el coste medioambiental global de estas políticas es mucho mayor.

No es extraño que gran parte del malestar del sector se esté focalizando contra la Agenda 2030, aunque realmente lo que se está cuestionando es la aplicación de ciertos postulados de esta agenda a diferentes velocidades, en diferentes regiones del mundo, y sin haber valorado suficientemente los efectos colaterales de muchas de las medidas que se están tomando. Nadie explicó a los ciudadanos que la implementación de estas medidas de manera unilateral iba a acabar con la soberanía alimentaria de Europa, y que el paradigma de alimentos baratos para los consumidores tocaba a su fin. Además, los mismos políticos que han provocado esta situación se ponen nerviosos ante la evolución desbocada de los precios de los alimentos, y recurren a cualquier fórmula para intentar mantenerlos a raya, pasando por encima de las normas que han impuesto para la producción local, y permitiendo la entrada de alimentos de cualquier lugar del mundo para aliviar la escalada de precios.

Es, por lo tanto, necesario abrir un debate racional buscando satisfacer las demandas de los consumidores de forma progresiva, de manera que los productores se vayan adaptando gradualmente sin afectar negativamente a la eficiencia y a la rentabilidad de sus explotaciones, y de esta manera garantizar el mantenimiento del medio rural y asegurar el relevo generacional en el sector primario.